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SOLLOÍNA

"Escepticismo sureño"

"Escepticismo sureño"

El Parlamento andaluz ha aprobado esta tarde la reforma del Estatuto de Autonomía. 67/41. PSOE-IU/PP-PA. Los tres quintos que marca la ley, pero con el 40% de la Cámara al margen del texto. Tiene toda la legitimidad democrática, aunque sería deseable un último esfuerzo para incorporar al consenso a la oposición popular, pese a que este grupo ha dado sobradas muestras de su rechazo a cualquier cambio y de su interés por obstaculizar los posibles acuerdos. Queda el debate y la votación del Congreso, adonde llegará el documento el viernes para tratarse previsiblemente el 23 de mayo. Los plazos apremian porque la intención es convocar el referéndum de ratificación en febrero de 2007.

El Preámbulo del Estatuto denomina a Andalucía "realidad nacional" y el Título Preliminar, "nacionalidad histórica". Para el presidente de la Junta, Manuel Chaves, "no es un asunto secundario", ya que la comunidad tiene una "fuerte identidad fraguada en 1980, en su lucha por la autonomía plena". "El hecho es irrebatible y Andalucía tuvo que conquistar su autonomía, que no fue la historia de un consenso". Ha recordado que la expresión "nacionalidad histórica" ya aparece en la normativa vigente, para concluir: "Realidad nacional es una reafirmación coherente, rigurosa y consecuente con esa definición de Andalucía, y España no se va a romper, y menos que nadie lo harán los andaluces, que se sienten españoles de manera orgullosa, cálida y profunda".

Ha sido ese concepto –para mí, baladí y extraño- de “realidad nacional” el que ha colocado esta reforma estatutaria en el mapa nacional. La última aportación –ya se echaba de menos- ha sido la del siempre suyo Arcadi Espada, aunque para ello se ha tenido que venir hasta Cádiz, a la salmuera de la Constitución del Doce. Lamentablemente el fino analista catalán –y ahora dirigente de Ciudadanos de Cataluña- cae en su denostado tipismo al escribir en su columna de El Mundo, bajo el título de La diversidad: "Las conversaciones, incluso las más acérrimas, mantienen esa punta de escepticismo sureño que permite una leve confianza en el futuro".

Y, a mi parecer, yerra en el diagnóstico: "Las conversaciones andaluzas giran en torno a la diversidad. De una manera manifiestamente cómica y surreal. <No nos podemos permitir ser menos diversos que nadie>, vienen a concluir". (Las cursivas son mías). No creo que el debate gire en torno a la diversidad, sino sobre la igualdad. Es el mismo que alimentó el agravio cuando el PP de Aznar negoció y cedió en 1996 ante los nacionalistas catalanes y vascos -Pujol y Arzallus- y le negó a Andalucía -mayoritariamente socialista- una financiación y unas inversiones justas, aplicada bajo el criterio de población con el fin de  atender las necesidades de todos los habitantes de la comunidad autónoma. Ahora regresa, como ocurriera también en 1980, la preocupación de que nos releguen,  el miedo a perder el ritmo de desarrollo social y económico de estos 25 años de autonomía. No es un conflicto de identidad, sino de dinero, lo que sobresalta al andaluz.

Cierto, por tanto, que a los vecinos de este territorio les –nos- ha interesado muy poco el debate identitario, pero no es menos verdad que ha bastado la bravata descalificadora -vuelta al jornalero subsidiado, al señorito jaranero, a la pandereta festiva- del centralismo de derecha e izquierda, nuevamente aliado con ciertos voceros del nacionalismo periférico,  para que se produzca la movilización: todos quieren -queremos- las competencias de Cataluña, los fondos de Cataluña, la relevancia de Cataluña. O de lo que sea que tenga poder y suficiencia financiera en este mundo tan globalizado como fragmentario. Desconozco con quien conversa Espada en sus visitas a Andalucía, pero su acertada crítica al folclore andalusí del nuevo estatuto no se acompasa con otros aspectos legítimos y avanzados que establecen ese mismo documento. 

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