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SOLLOÍNA

Nosotros y El País

Las historias, los lazos, los afectos intelectuales, siempre tan parecidos en gentes de edades e inquietudes similares. Fue mi primera reacción al artículo "El País era una fiesta", publicado en Jot Down, y en el que Pepe Albert de Paco reflexiona sobre su íntima relación con el periódico que fundó Juan Luis Cebrián, el mismo que viene firmando su parte de defunción desde aquella despedida de hace 24 años en que dejó para la eternidad -entonces como consuelo, ahora como malfario- aquello de "me voy... pero me quedo".  

Muchos tenemos, y hemos mantenido durante años, un vínculo extraordinario con El País que siempre ha ido mucho más allá del estricto trasiego mercantil por el que te ofrecen un puñado de noticias a cambio de unas pocas monedas. Como traza con memorioso temblor De Paco, El País era un descubrimiento diario de la novedosa realidad en que se convertía esto que todavía dábamos en llamar España.

Recuerdo cuando el periódico no llegaba a Los Palacios y Villafranca y me iba a comprarlo al pueblo de al lado, Dos Hermanas, expresamente; el lento aprendizaje de un curioso estudiante rural fascinado por el olor a tinta y papel; las incansables caminatas a la búsqueda de un quiosco en los lugares más remotos; el pago a precio de oro de un ejemplar atrasado en el extranjero (por ejemplo, en Anatolia, Turquía, cuando el golpe de Estado en la URSS); los amarillentos recortes de cientos de artículos que, sin posibilidad alguna de ser releídos, abarrotan las carpetas del viejo archivador, anclado como un paquidermo en esta pequeña habitación; las firmas familiares y adictivas que se fueron quedando en el camino por mor de la estúpida ley de vida que nos lleva a la muerte y aquellas otras que cambiaron de cabecera por desavenencias político-periodísticas.

Aunque el actual no es aquel periódico, despeñado en una imparable evolución decadente, sigo fiel a El País. Todavía en días como ayer en que me planto y decido no comprar un diario que estará casi íntegro y gratis en internet, paro el coche en el quiosco y me traigo a casa un ejemplar con la certeza y la devoción de que llevo una interpretación del mundo, como corresponde a todo gran diario de calidad, y que mis dedos volverán a oscurecerse con la tinta luminosa de artículos como el de Muñoz Molina sobre Onetti.

(Hoy, sin embargo, me ha dado pereza salir y aquí ando, trasteando por esta versión digital en la que las noticias se acumulan de forma imposible y sin mucho sentido, tan lejos de los criterios de aquel "intelectual colectivo" con que el filósofo José Luis López Aranguren definió a El País en afamado texto de 7 de junio de 1981).

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