Bilis Negra (Esplín Palaciego)
Por razones que ahora trataré de explicar he pensado llamar así, Esplín Palaciego, a esta sección que abro en Manchonería por gentileza de sus bienintencionados promotores. Como en la mayoría de las presentaciones al uso comencemos por tirar del DRAE. El Diccionario de la Lengua Española, en su vigésima edición, admite el vocablo “spleen”, que en inglés original denota “bazo, hipocondría”, con una grafía que se me antoja algo bárbara, “esplín”, y lo define en estos términos: “Melancolía, tedio de la vida”.
Otro glosario, el Panhispánico de Dudas, tras advertir de que esplín es una “voz de poco uso en la actualidad”, le añade hastío de vivir, que suma irritabilidad permanente y hasta angustia vital, según los idiomas a que recurramos. La popular Wikipedia, siempre tan socorrida, concluye: “La conexión entre spleen (el bazo) y la melancolía viene de la medicina griega y el concepto de los humores. Los griegos pensaban que el bazo segregaba la bilis negra por todo el cuerpo y esta sustancia se asociaba con la melancolía. Aunque hoy en día se sabe que no es así, la metonimia ha permanecido en el imaginario colectivo”.
Como no podía ser de otra manera, en esa fijación inconsciente ha jugado un papel primordial el periodismo y la literatura, si han de citarse por separado. Aunque utilizada en el Romanticismo, fue el maldito Baudelaire el que le dio vuelo artístico al publicar en 1864 unos textos en el diario Le Figaro bajo el nombre de “El spleen de París”, que cinco años después aparecieron editados como “Pequeños poemas en prosa”. El epílogo del libro cierra con estos versos redentores: “Te amo, capital infame. Vosotras, ¡oh cortesanas!, / y vosotros, ¡oh bandidos!, brindáis a veces placeres / que nunca comprende el necio vulgo de gentes profanas”.
El vocablo se divulgó en España entre los voraces lectores de prensa de la Transición Política cuando el escritor Francisco Umbral cambió el titulo de su columna diaria en El País de “Diario de un snob” a “Spleen de Madrid”. Fue a principios de 1979 y así la mantuvo hasta 1983. Allí Umbral revitalizó el lenguaje con las aportaciones de la calle recién liberada y trazó la crónica social de lo que fue la movida de aquellos intensos años desde un dandismo tan inconformista como egocéntrico. Su relato destilaba el desencanto precoz de quienes creyeron en que algún tipo de revolución era posible cuando lo que llegaba era una democracia occidental que daba continuidad en su reforma al estado de cosas del evolucionado Estado franquista.
Situado el término y sus contextos, pensar o siquiera suponer que esta aportación a Manchonería pudiera parecerse a las obras de Baudelaire o Umbral es una tentación de la que como autor me pongo a cubierto. Otra cosa es, sin embargo, que estos tiempos propicien sensaciones y actitudes propias del esplín. Hay una desolación generalizada, una tristeza contagiosa, una profunda preocupación por lo que pasa y por lo que haya de venir. Es mucho más que melancolía romántica. Es el interrogante que prende de la mirada de los supervivientes, la inquietud ante el próximo cataclismo que puede aguardarnos a la vuelta de la esquina, el temor a que nuestros hijos, y sería una de las pocas veces en la historia, puedan llegar a vivir peor que nosotros.
Probablemente en otras épocas me hubiera sido más fácil apelar a una necesaria rebeldía, a un compromiso político de lucha, a una esperanza indeterminada pero vigorosa en la evolución de la Humanidad. Al devenir de los días sumo la edad, que no perdona, y un puñado de lecturas, y las conclusiones momentáneas son muy poco halagüeñas. Temo que, ante la debilidad y decadencia de la clase media, lo más probable es el resurgimiento del totalitarismo populista bajo todo tipo de proclamas salvadoras, antes que el maná de la utopía liberadora, tan ajeno, por otra parte, a la naturaleza humana.
Hasta ahora las alternativas al sistema socioeconómico capitalista se han despeñado de fracaso en fracaso a lo largo del último siglo. Nunca hemos tenido constancia de la aparición de ese Hombre Nuevo anunciado tanto por la Revolución como por el Cristianismo. La reacción y el ánimo ante los aconteceres que comparto con mis conciudadanos vienen marcados, casi a partes iguales, por notables dosis de preocupación y escepticismo. No es hastío, ni angustia; no aún. Y sí, quizá, la melancolía que suaviza la impotente irritabilidad. Ya dicen por ahí que un pesimista en un optimista bien informado.
Pero más allá de estados de ánimo individuales o colectivos, y sin renunciar a lo que pueda suceder o decidir en el futuro, tampoco es mi intención centrarme aquí en lo que habitualmente entendemos por debate político, esa esgrima tantas veces edulcorada por la garantía del sueldo, el reparto de cuotas y los consabidos refranes de “hoy por ti, mañana por mí” y “aquí paz y después gloria”. O dicho en román paladino, lo que yo quiero es escribir ocurrencias, sentimientos y sucedidos de gentes de todo pelaje, mayormente del pueblo, de mi pueblo y de sus vecinos, como yo mismo y mis circunstancias, ambos cargados de esa aflicción espiritual e intelectual que podríamos denominar esplín, tan vinculada a los humores del cuerpo como a las incomprensiones de la mente.
Quiero decir que también existe un vértigo ante el vacío existencial, una nostalgia de lo que fuimos y hasta de lo que pudimos ser, de lo que vimos y soñamos, de las calles en que crecimos y maduramos, de los amigos y desconocidos con quienes aprendimos y compartimos. Como hicieron y hacen otros, de quien mejor escribió siempre Umbral fue de sí mismo y de su propia literatura, con la que trascendía la fosilización de un sueño.
En sus mejores artículos los lectores aprehendíamos la compleja realidad del momento y aspirábamos, si no podíamos transformarla, a vivirla y, en algunos casos, a contarla con la intensidad, plenitud y compromiso de un yo que era uno más entre otros en la medida en que era en soledad. A ese menester me pongo con la firme osadía de intentar vencer juntos este esplín que se volverá parálisis si no lo enfrentamos con una poderosa imaginación realista.
0 comentarios