El Soberao en Casablanca
Supone uno que el nuevo El Soberao RevistaCultural ya rula de mano en mano por los saloncitos de los aficionados, las bibliotecas cercanas, las peluquerías de confianza, las antesalas de los dentistas, las empresas publicitadas, tras la animada presentación del pasado jueves. En un nuevo acierto de su timonel Victoriano Rosal Domínguez y sus jóvenes escuderos Victoria Baquero, María del Rosario Moguer y Álvaro Benavides Caballero, nos reunimos en el Casablanca, uno de esos garitos que hacen honor a la vieja copla de Gabinete Caligari: "Bares, qué lugares tan gratos para conversar, no hay como el calor de un amor en un bar". Y ello, a pesar del gentío que colmaba barra y mesas entre colaboradores, amigos, familiares, patrocinadores, culos inquietos y políticos, amén de los habituales con despacho en la Laguna al atardecer. En aquel monopoly cultureta no faltaron quienes con su presencia compraban bonos a futuro en la esperanza de que las subprime se hayan diluido en los recortes de la crisis. Circunstancia gravísima que Victoriano ha sorteado granjeándose el favor de un sólido mecenas, Juan Valle Santos, propietario del grupo Juvasa, miembro del Equipo de Coordinación de la revista y atento colaborador en diversas iniciativas.
Uno, que escondía su pesarosa timidez en la empatía del amigo Francisco Márquez Moral, aplicó antiguas mañas de reportero corto de estatura para colocarse en prime time, frente a los presentadores. Desde esa fila privilegiada, los agradecimientos y el resumen del índice sonaban más nítidos, incluso la explicación de la autora de la portada, Beatriz Gómez, que ha simbolizado el pensamiento personal en una hermosa cabeza envuelta en una retorcida mata de pelo.
Ese dibujo de trazos firmes abre la promesa que ya desvelara Felipe Benítez Reyes cuando, a propósito de una colaboración suya anterior, felicitó a los promotores: “Es una publicación excelente. Ojalá hubiera una de igual intención en cada pueblo: sería síntoma de algo… distinto”. Atendamos primero a los invitados. El Soberao se une al centenario de Platero y yo con la reproducción de un manuscrito inédito de Juan Ramón Jiménez, que completa Manuel Bernal con un sugerente artículo sobre la invitación que cursara el paisano Joaquín Romero Murube al Nobel para que regresara de su exilio americano y residiera en la finca palaciega de La Noria.
Otro hológrafo luce la revista, el del poema El oficio de vivir, de Juan José Téllez, veterano periodista y actual director del Centro Andaluz de las Letras. Palaciego residente en Sevilla, Braulio Vázquez Campos, doctor en historia y jefe de sección en el Archivo de Indias, protagoniza la entrevista que uno tiene a bien firmar, con fotografía de María José Doña Oliveros.
Por los versos compartidos cuando entonces me conmueve el perfil que Emilio Gavira dedica a Manuel de Fora, nuestro poeta del pueblo, del que supe, en lo malo, que está enfermo y, en lo bueno, que tiene un nuevo libro de poemas, del que nos ofrece un detalle, a la espera de editor. Ningún gasto oficial estará más justificado que su urgente publicación. Victoria Baquero suscribe un reportaje sobre la colección etnológica de casi 4.000 piezas que atesora Juan Begines y alienta la propuesta de crear un museo con ellas. Segundo órdago para las instituciones.
Siempre es grato leer las lecciones de música y vida de Francisco Benítez Acosta o el Adiós poetizado de la amiga y pintora Inma Fierro Fiera, quien nos hizo partícipes de sus atractivos proyectos. No conozco al resto de colaboradores, pero tened por seguro que he disfrutado con cado uno de sus textos y del esmerado diseño y maquetación de Álvaro Benavides, como hará quien deguste estas páginas trenzadas, como el rostro de su portada, por pensamientos liberadores, profundos, cultos.
Entre una cosa y otra, Paco y yo nos acodamos en la barra a compartir cervezas y saludos con los conocidos que entraban y salían. Despejado el horizonte, nos fuimos con Victoriano y Manuel Gómez, luego se sumó Álvaro, a la cercana peña flamenca, a tomarnos unas tapitas y comentar los intríngulis de la noche. Afuera comenzó a llover con fuerza, como si las musas dieran por clausurado el acto, aunque no impidió que regresáramos al lugar del crimen, el Casablanca, en el que Javi y Mario nos atienden como en el peliculero Café de Rick. Play it again, Sam.
La penúltima, que dicen los cansinos, afuera, bajo el toldo, porque a Paquito lo resucita el agua. Aquello amenazaba con prolongarse hasta la hora en que los tristes maldicen el insomnio, así que, apurada la copa, huí bajo el aguacero con el botín de dos ejemplares a resguardo mientras tarareaba por Sabina en un inútil desafío que hacía arreciar la lluvia: “Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. En la nuca reposaban seguras miradas de reproche y tras la esquina me esperaban un hígado que cada vez destila peor y un reloj que iba a sonar implacablemente a las seis y media de la mañana.