Tirando a negro negrísimo (Del fuego y sus consecuencias)
No está el cuerpo para bromas. El incendio ocurrido ayer en el Ayuntamiento de Los Palacios y Villafranca es un hecho de una gravedad sin precedentes sean cuales sean el origen y las causas, y muy especialmente si, como parecen indicar muchos indicios a decir de nuestras máximas autoridades, ha sido intencionado. Es decir, se da por hecho que existe una mente enfermiza que ha dirigido una mano negra –la suya propia u otra- hacia el lugar del crimen y ha actuado. Porque se trataría de un crimen la destrucción intencionada de nuestro legado histórico y se trataría de un delito la destrucción intencionada de facturas que servirían de posibles pruebas en una investigación penal sobre presuntas irregularidades en la gestión del anterior Gobierno municipal del PSOE. Llegados a este punto es muy peligroso derivar las especulaciones hacia argumentos interesados. De lo más lúcido, y reconociendo su disparatada exageración, que leí ayer al respecto lo publicaba en su perfil de Facebook una vecina que firma como Montse Rrat. Esto me enviaron:
“Durante 5 minutos en la zona 0 de Los Palacios he oído las siguientes teorías conspiratorias:
1- Está detrás el anterior equipo de gobierno para hacer desaparecer "facturas".
2- Han sido los empleados del ayuntamiento hartos de no cobrar.
3- Han sido los de las casas de Chapatales que aún estar sin terminar o entregar.
4- También podría tratarse del actual equipo de gobierno para llamar la atención.
5- Ha sido intencionado para cobrar el seguro.
En fin, Jueza Alaya, Los Palacios te necesita! O tal vez sería mejor que viniera Batman, no se, no se”.
Tampoco cabe descartar la posibilidad de que el incendio fuese causado por un vándalo o un loco o un accidente fortuito, aunque en este caso también tendría sus propios protagonistas que habrían de asumir sus responsabilidades por dejación en la custodia de documentos tan relevantes para nuestra historia.
Poco antes de las diez de la noche acompañé unos minutos a Julio Mayo, archivero municipal, que con otros empleados del Ayuntamiento permanecía ante la improvisada abertura realizada por los bomberos en la trasera del Consistorio para ventilar la lenta humareda que saqueaba sus queridos legajos. Manchado de hollín y un punto sonámbulo, Julio, que reflejaba la desesperación y el cansancio, sólo tenía palabras de lamento y dolor, como todos, por esa pérdida incalculable. Su único consuelo es la salvación del Libro del Becerro. Apoyado en sus conocimientos, un grupo de voluntarios revisa ahora con parsimonia y mimos de forenses los archivos trasladados a una nave para salvar todo lo posible de esta catástrofe cultural.
También ha iniciado su trabajo esta mañana el Equipo de Investigación de Incendios adscrito a la Policía Judicial de la Guardia Civil. Confiemos, pacientes, que durante el día de hoy se pueda saber algo concreto. A media tarde ayer fuentes de la Policía Local precisaban que no podían avanzar nada y que todo eran apreciaciones superficiales, si no meras suposiciones. Incluso pude oír a la limpiadora de la televisión local que alertó del fuego contar alarmada que había quien desvirtuó y tergiversó su sucinta versión de lo que vivió en apenas unos segundos –“una explosión rara, una fogonazo blanco y llamas”- mientras cruzaba el paso de cebra que da la Plaza de Andalucía.
Claro que si alguna autoridad del nivel que sea dispone ya de información precisa sobre la intencionalidad o no del incendio está tardando en explicar al vecindario sus pruebas y conclusiones. De lo contrario parece conveniente que tanto gobierno como oposición, con todo su aparataje propagandístico, moderen sus elucubraciones, eludan el ventajismo político y contribuyan a apaciguar unos ánimos que oscilan entre el estupor, la pesadumbre y el linchamiento gratuito.
Todo está por averiguar, pese a que el pueblo justiciero afila con esmero la guillotina. Porque esa masa informe sin rostro ni conciencia históricamente ha disfrutado bajo el lema de pan y circo y se ha regocijado con la sangre: lo mismo aclama al emperador que baja el pulgar que se regocija ante las fauces del león que devora cristianos, igual hace calcetas a los pies del cadalso mientras rueda la cabeza de María Antonieta que denuncia al vecino judío, cura o rojo, cuando no transmuta en jauría perseguidora. Ese facción del pueblo erigido en vengador no necesita estudios técnicos, ni datos objetivos, ni pruebas irrefutables, ni instrucción judicial, ni Código Penal, ni Estado de Derecho; le basta con tener un sospechoso, habitual o esporádico, individual o colectivo, para dictar sentencia, y cumplirla implacablemente, sin que le tiemble la mirada ni le ensombrezca una brizna de duda.
Es preocupante que personas de claro compromiso democrático, político y social no consideren que estas gentes voceras y ofuscadas con la misma veleidad pueden defender una cosa y la contraria, y a lo peor no siempre coincide con los intereses de quienes ahora tengan la tentación de jalearlas. Aventurar diagnósticos y jugar a conjeturas interesadas solo añadirán confusión al trabajo de los especialistas y contaminarán el necesario debate ciudadano, que ha de plantearse con honestidad y rigor intelectual, más allá de particularismos partidistas.
La responsabilidad de los gobernantes, su capacidad de liderazgo y su altura de miras, se demuestran en estas circunstancias. Son ellos los que deben mantener el pulso firme, llamar a la calma y evitar que la crispación y las reacciones airadas se extiendan hasta causar posibles enfrentamientos vecinales. Que el deplorable deterioro de la situación política local no dañe aún más la convivencia y arrastre a nuestra debilitada sociedad civil hacia el rencor y el odio. Que las reivindicaciones y movilizaciones de cada cual se desarrollen por cauces de respeto entre las partes enfrentadas, con afán de entendimiento y lealtad democrática. Que unos y otros nos comprometamos de forma práctica y desde nuestras más íntimas convicciones con valores de solidaridad y ayuda mutua, siendo conscientes de la gravedad de una crisis no solo económica sino moral y consensuando la prioritaria atención a los sectores sociales más necesitados y el mantenimiento de los servicios públicos básicos. Que los partidos resuelvan sus razonables diferencias en negociaciones transparentes, en los debates plenarios e incluso en los tribunales, si así lo determinan fiscales y jueces, con las miras puestas en una mejor gestión de los escasos recursos públicos y en hacernos la vida más fácil a los sufridos ciudadanos.
A nadie se le oculta que el Ayuntamiento estaba que ardía. Ya tenemos la metáfora como hecho: si muchas cosas pasaban de castaño oscuro, ya vamos tirando a negro negrísimo, como la tizne que ensucia, como una penosa alegoría, la fachada del Ayuntamiento, esa casa de todos cruda e irracionalmente violentada. Es el momento de la investigación pausada y profunda, luego habrá que exigir responsabilidades a quien corresponda y, llegado el caso, se celebrará un juicio con todas las garantías procesales en el que los causantes de esta desgracia, si los hubiera, tendrán que responder bajo el rigor implacable de las leyes. De no haberlos, también habrá quien apechugue por levantar falsos testimonios. Para eso no necesitamos a Batman, ni siquiera a la eficaz juez Alaya; nos conformamos con alguien que nos explique lógicamente este espectáculo dantesco e impida que de paso arriesguemos en el sumidero de las cloacas el porvenir cívico y ético de este pueblo. Cada cual tendrá que poner lo mejor de su parte.
Manuel Sollo
Foto Paco Márquez
6 septiembre 2013
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