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SOLLOÍNA

Hooligan por ilustrar en las previas de un derbi

Hooligan por ilustrar en las previas de un derbi

“Cuando uno nace en Sevilla es de un equipo o del Sevilla”, Joaquín Caparrós, entrenador de fútbol, utrerano, sevillista.

(Lo que sigue iba a ser una mera cita y se ha convertido en esto. No hay polémica. Abstenerse seguidores del otro equipo de la ciudad).

¡Cómo no quererlos! ¡Cómo no apasionarse con los “Hoolingans Ilustrados”, la bendita colección de Libros del KO! En esta semana de derbi sevillano en la que me hierve la sangre roja regreso a ellos como el feligrés de aquel volumen de artículos futbolísticos de Manuel Vázquez Montalbán, “Una religión en busca de un dios”. Enric Gonzalez rememora en “Una cuestión de fe”, su íntima biografía de seguidor del Español, la derrota de su equipo contra el Sevilla en la final de Copa de la UEFA de 2007 celebrada en Glasgow, segunda final europea que perdían los periquitos tras 19 años y otra vez en los penaltis: “No digo que no duela, puede doler incluso más. La segunda vez, sin embargo, sabes que se sobrevive”. Ramón Lobo narra en “El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra” cómo el primer partido de su vida fue un Real Madrid-Sevilla en el Bernabeu: “Fue una revelación religiosa”, y se hizo para siempre iluminado madridista. Porque “uno cambia de nacionalidad, de creencias y sexo, pero jamás de equipo de fútbol. Un equipo es la huella dactilar emocional”.

Y aún, en ese arriesgado viaje de los Balcanes a África, de batalla en batalla hasta la derrota final: “El fútbol inicia conversaciones y las concluye, crea amistades súbitas y las rompe, agiliza trámites y  los empatana. El fútbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales; permite penetrar en el alma de las personas sobre las que el reportero va a escribir. Saber de fútbol no es de derechas ni de izquierdas,  embrutecedor o inteligente, es sólo un conocimiento útil, una herramienta de trabajo”.

Cabe tocar el cielo cuando el más hooligan de todos, el autor de “Grupo salvaje”, Manuel Jabois, ese gallego exquisito prendado del Madrid, como su paisano Camba  del Hotel Ritz, relata en “Manu”, la historia de la preñez de su primer hijo, que “se necesitaba que en su embarazo su padre escribiese una novela de la que hablasen los siglos venideros, como escribía Hemingway  ‘Fiesta’ encima de un aserradero en París, pero en lugar de eso elegí al Sevilla  en el Pro, fiché a Pastore y a Higuaín, y gané la Champions League al tercer año después de tener que repetir la final tres veces dándole a apagar sin guardar los cambios por otras tantas derrotas”.

¡Cómo no quererlos! Rozo el éxtasis si leo a Ander Izagirre en “Mi abuela y diez más”, esa infancia en la que un niño gana la liga de un trallazo imaginario en el viejo campo donostiarra, con este arranque que en nada envidia al de Aureliano Buendía: “Mi abuelo Carlos era comunista, mi abuelo Joxemari era del Opus Dei y yo casi no soy ni de la Real Sociedad. Los tres íbamos al campo de Atocha. Pero a mí no me gusta el fútbol”. A mí sí, me gusta más que me gustaba fumar, más que comer, más que... con la edad, hay días que también.

El domingo vamos de derbi, y recordaré con mi hija la primera vez que entré a ese estadio, el Ramón Sánchez Pizjuán, con tres años, hace casi 50, apelotonados en las gradas de Gol Sur –¡“Niño, deja ya de joder con la pelota!”-. Recrearé por si acaso las derrotas dolorosas ante el eterno rival o aquellas otras que nos mandaban a la hecatombe de la Segunda División (el testarazo de Asensi que Rodri no pudo atajar y desbordó las lágrimas del niño que apenas alcanzaba a sujetarse en la barandilla). Reviviré las gloriosas victorias tan sufridas que más bien parecían un tributo pagano a un insaciable Pantócrator, aquellos imposibles del pudo haber sido y casi nunca fue.

Me emocionaré con los inimaginables éxitos de los años de los títulos, como si toda la fortuna del universo se hubiera concentrado en la bombonera de Nervión: las dos copas de la UEFA de 2006 y 2007, la Supercopa de Europa de 2007, la final de Copa del Rey de 2007 en Madrid ante el Getafe, primera después de 59 años, con mi hija y mi padre en un eslabón de generaciones sevillistas unido a 80 mil almas rojiblancas, la Supercopa de España de 2007 con la manita al Madrid en su estadio, otra vez la Copa del Rey, 2010, Barcelona, ante el Atlético de Madrid en valerosa minoría, a ras de césped con mi mujer y la familia de Navas, en la que Jesús –Jesusito de mi vida-, el Duende de Los Palacios, esperó hasta el descuento para redondear el gol de Capel y darnos la tranquilidad del dos a cero para alzar a las estrellas el trofeo de su accidentada majestad. Mejor equipo del mundo dos años consecutivos. Sólo un arbitraje infame en Mallorca nos impidió ganar nuestra segunda liga...

Jamás un hooligan periférico soñó con tales conquistas, sobre todo quien como yo vive desde siempre en territorio hostil, un pueblo que reivindica el rojo de sus tomates y sus sandías como manjar divino, pero en el que lo verdiblanco parece germinar en el adn de las lechugas y expandirse como un virus por sus calles.

A los pobres los aires aristocráticos nos duran poco, y en el último trienio hemos vuelto a lo de siempre, a aquel cántico con el que los ultras reprochaban a un presidente juguetero de las décadas 80 y 90 la mediocridad del equipo: Otro año igual, otro año igual. La mitad de la tabla es el alivio de quien se escapa del infierno por mucho pedigrí que se haya acumulado y aunque se regrese a la UEFA, ahora Liga Europea, por la puerta trasera que abren las groseras maquinaciones económicas de otros.

Este derbi de mañana nos devuelve los regustos de antaño, cuando un buen vapuleo al vecino te salvaba una triste temporada. Ocurrió la pasada, con el glorioso 5-1 del Pizjuán... y el tiempo detenido como si Juan Belmonte hubiese resucitado en el centro de la Maestranza. Quedó grabado a fuego en la historia por más que a la vuelta, en el Villamarín, nos empataran en el último minuto una ventaja de cero a tres.

Tres a cero, o incluso a uno, firmaría para este domingo, y aquí paz y después gloria. Y cada cual a sus cosas y a sus casas, y dios en la de todos: unos, los sevillistas, a consolidar la escalada hacia los puestos europeos, y otros, a preparar la feria, que igual hacen falta farolillos... farolillos rojos. Y si se ha de perder, se pierde con dignidad, se cabrea uno para los adentros y blasfema contra los dioses que mueven las alegrías y las penas a golpe de balón. Que gane el mejor, y que el mejor sea el Sevilla FC.

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