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SOLLOÍNA

Beevor / Capa

Sobre la mesa El día D. La batalla de Normandía, del historiador británico Antony Beevor, editado por Crítica. Beevor vuelve a desentrañar la angustia y los padecimientos de la gente común en la guerra: "Se montó un escándalo porque utilicé la palabra crimen de guerra para describir el bombardeo de Caen y hay que ser muy cuidadoso con esta expresión, lo que dije es que estaba cerca del crimen de guerra. Pero lo que es cierto es que el bombardeo no consiguió nada y fue estúpido desde el punto de vista militar porque si quieres capturar una ciudad rápidamente no deberías destrozarla. Y sólo hubo bajas entre los civiles".

El día D me lleva a los subrayados de Ligeramente desenfocado, libro intenso, hermoso y apasionante, que la editorial La Fábrica edita por primera vez en español, y donde el fotógrafo Robert Capa narra su odisea con las tropas aliadas que lucharon en el norte de África e Italia hasta concluir en el desembarco de Normandía y la liberación de París.

Pero Capa no es historiador ni lo pretende. Su biógrafo Richard Whelan avisa en la introducción que este texto quería ser la base de un futuro guión cinematográfico y que el propio Capa advertía en la sobrecubierta de la edición original: "Escribir sobre la verdad es obviamente muy difícil, así que me he tomado en su honor la libertad de a veces traspasarla y otras no llegar a ella.. Todos los sucesos y personajes de este libro son fortuitos y están conectados de algún modo con la realidad".

O sea, que el mejor fotógrafo de guerra de la historia no juega del todo limpio, aunque nadie como él para narrar su experiencia  como corresponsal en primera línea de batalla y que de forma tan conmovedora demuestran las imágenes que ilustran el libro. Y es justo destacar algunas de sus mejores reflexiones:

Un piloto herido le espeta: "¿Son éstas las imágenes que estás buscando, fotógrafo?". Más tarde reflexiona: "En el tren de vuelta, con aquellos rollos de película bien aprovechados en mi bolsa, sentí odio hacia mí mismo y hacia mi profesión. Ese tipo de fotografías era apto sólo para sepultureros, y yo no quería ser uno. Si tenía que participar en un funeral, juré que lo haría desde el cortejo".

Tomada Nápoles por las tropas norteamericanas, Capa se encuentra con el velatorio de veinte menores asesinados por los nazis: "Esos niños napolitanos habían robado fusiles y balas y habían luchado contra los alemanes durante dos semanas, mientras nosostros estábamos atascados en el paso de Chiunzi. Sus pies fueron mi verdadero comité de bienvenida a Europa, yo que había nacido allí. Mucho más real que los vítores de la multitud histérica que habíamos encontrado a lo largo de la carretera, gran parte de la cual había gritado <<Duce!>> un año antes. Me descubrí y saqué la cámara. Enfoqué los rostros de las mujeres postradas, que portaban fotos de sus hijos muertos, hasta que finalmente se llevaron los ataudes. Aquellas fueron las más fidedignas imágenes de la victoria, las que tomé en un sencillo funeral celebrado en una escuela".

Con ironía se defiende de la otra victoria. El representante de la Iglesia napolitana acude a una ceremonia con un alto mando norteamericano. Capa no tiene piedad: "El obispo, por su parte, había estado ensayando durante tres años para esta ocasión, con diversos generales alemanes".

Y la fiesta en la Ciudad de la Luz: "No habría otra invasión que sobrepasara a la de Normandía; nunca una liberación sería como la de París", como respiro en el avance hacia el espanto: "Los campos de concentración estaban plagados de fotógrafos y cada nueva fotografía del horror servía sólo para atenuar el efecto general".

Y todavía una última víctima en el Leipzig conquistado a manos de un francotirador alemán:

"Tenía la imagen del último hombre en morir. El último día mueren algunos de los mejores. Pero los vivos olvidarán rápido".

Salvo si Beevor se empeña en devolvernos lo mejor de la Historia.  

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