"¿Qué está pasando?"
(Esta es la Carta al director, remitida por Alejandra Huarte y publicada por El País el pasado viernes, día 25. La reproduzco por su interés, por su coraje, por la claridad con que denuncia determinadas actitudes periodísticas).
Soy Alejandra Huarte, la hija de Fernando Huarte Santamaría. Sí, el espía, el dirigente del PSOE, el filoterrorista lacayo de Arafat, el buen amigo de Benesmail, el destacado empresario de la minería asturiana. Soy periodista también, ¿cómo compaginar mi preocupación de hija con la repugnancia profesional que me provoca la actuación de ciertos medios?
Tengo 25 años, mi carrera apenas ha empezado, pero ya me estoy preguntando si me equivoqué de vocación. ¿A qué nivel ha llegado el periodismo en este país cuando se permite calumniar y tergiversar la vida de una persona sin más datos que meras lucubraciones? ¿Qué está pasando? Los ciudadanos tienen derecho a saber qué ocurre, los periodistas se lo debemos contar. ¿Y qué ha sucedido con este triste caso? Los ciudadanos no saben, asisten entre perplejos y desconfiados a este circo cuyo último acto está protagonizado por mi padre. ¿Qué objetivo ha tenido, pues, todo este "asunto"? ¿Ha sido esclarecer algo relacionado con el 11-M? ¿Eso no lo tienen que hacer los jueces? ¿Ha sido desviar la atención sobre el hecho de que quienes gobernaban cometieron algún error y prefieren inventar historias surrealistas propias de una novela negra? ¿A qué ha quedado reducida la ética, en una época de cámaras ocultas como método de investigación, al abuso de "fuentes solventes", a la mera reproducción de rifirrafes políticos sin un verdadero debate sobre las cuestiones de fondo?
Fuera ya del ámbito periodístico, ¿cómo es posible que se insinúe que un partido democrático sea cómplice de una matanza terrorista? ¿Lo de que el fin no justifica los medios ya no sirve hoy? Quiero pensar que quien lanza estas descabelladas teorías es solamente un "iluminado", alguien que se cree dotado del don divino de la clarividencia y desposeído del humano de la humildad. Prefiero pensar eso y no que sabe que miente y aun así lo hace.
Y en el ojo del huracán, mi padre. Y su familia. Porque la familia sufre tanto o más que el afectado. Todo el mundo imagina lo mal que lo pasan los allegados con una campaña mediática así, pero, hasta que no lo vives... ¡Qué asombro, qué indignación, qué confusión, qué miedo! Todos estos sentimientos te asaltan, por oleadas. Desarrollas manía persecutoria, piensas que todo el mundo por la calle te mira. Te ríes nerviosamente por cualquier cosa, ironizas sobre lo que oyes y lees, gastas bromas macabras, lloras... Cuando hablas con un conocido, alguien de no demasiada confianza, le miras fijamente a los ojos... ¿lo sabrá? ¿Me preguntará algo? ¿Qué le contesto? ¿Qué pensará de mi familia ahora? ¿Se lo habrá creído?
Y luego está el miedo. No lo teníamos hasta que salió lo del CNI. Si hay alguien que se lo haya creído y se considera agraviado, ¿no querrá actuar por su cuenta? Porque a mi padre aquí todos los árabes le conocen de sobra y han dado la cara por él, que si no ahora mismo nos habríamos trasladado a las Bermudas. Y si hubiera sido un agente de verdad, ¿con tanta facilidad se pone en peligro su vida y la de su familia? ¿No debería alguien pagar penalmente tamaña irresponsabilidad? Quieren ahora que el CNI lo confirme o desmienta, ¿por qué no estudiar toda la lista de agentes españoles con presuntas incompatibilidades? Ya puestos...
Siempre he estado orgullosa de mi padre, como todos en la familia. La palabra que mejor le define es inquietud. Inquietud por participar activamente en el momento que le ha tocado vivir, por no conformarse con una existencia anodina, por convertir un origen humilde en un futuro del que esté satisfecho. Pienso en cuando mis amigos, desde pequeña, me preguntan que a qué se dedica mi padre. Yo siempre resoplo, y les enumero despacio, para que lo entiendan: obrero de la naval, sindicalista, empresario, militante del PSOE (a veces con participación más activa que otras), presidente de una ONG de solidaridad con Palestina... y cualquier cosa más que en ese momento llevara entre manos.
Soy Alejandra Huarte, la hija de Fernando Huarte Santamaría. Sí, el espía, el dirigente del PSOE, el filoterrorista lacayo de Arafat, el buen amigo de Benesmail, el destacado empresario de la minería asturiana. Soy periodista también, ¿cómo compaginar mi preocupación de hija con la repugnancia profesional que me provoca la actuación de ciertos medios?
Tengo 25 años, mi carrera apenas ha empezado, pero ya me estoy preguntando si me equivoqué de vocación. ¿A qué nivel ha llegado el periodismo en este país cuando se permite calumniar y tergiversar la vida de una persona sin más datos que meras lucubraciones? ¿Qué está pasando? Los ciudadanos tienen derecho a saber qué ocurre, los periodistas se lo debemos contar. ¿Y qué ha sucedido con este triste caso? Los ciudadanos no saben, asisten entre perplejos y desconfiados a este circo cuyo último acto está protagonizado por mi padre. ¿Qué objetivo ha tenido, pues, todo este "asunto"? ¿Ha sido esclarecer algo relacionado con el 11-M? ¿Eso no lo tienen que hacer los jueces? ¿Ha sido desviar la atención sobre el hecho de que quienes gobernaban cometieron algún error y prefieren inventar historias surrealistas propias de una novela negra? ¿A qué ha quedado reducida la ética, en una época de cámaras ocultas como método de investigación, al abuso de "fuentes solventes", a la mera reproducción de rifirrafes políticos sin un verdadero debate sobre las cuestiones de fondo?
Fuera ya del ámbito periodístico, ¿cómo es posible que se insinúe que un partido democrático sea cómplice de una matanza terrorista? ¿Lo de que el fin no justifica los medios ya no sirve hoy? Quiero pensar que quien lanza estas descabelladas teorías es solamente un "iluminado", alguien que se cree dotado del don divino de la clarividencia y desposeído del humano de la humildad. Prefiero pensar eso y no que sabe que miente y aun así lo hace.
Y en el ojo del huracán, mi padre. Y su familia. Porque la familia sufre tanto o más que el afectado. Todo el mundo imagina lo mal que lo pasan los allegados con una campaña mediática así, pero, hasta que no lo vives... ¡Qué asombro, qué indignación, qué confusión, qué miedo! Todos estos sentimientos te asaltan, por oleadas. Desarrollas manía persecutoria, piensas que todo el mundo por la calle te mira. Te ríes nerviosamente por cualquier cosa, ironizas sobre lo que oyes y lees, gastas bromas macabras, lloras... Cuando hablas con un conocido, alguien de no demasiada confianza, le miras fijamente a los ojos... ¿lo sabrá? ¿Me preguntará algo? ¿Qué le contesto? ¿Qué pensará de mi familia ahora? ¿Se lo habrá creído?
Y luego está el miedo. No lo teníamos hasta que salió lo del CNI. Si hay alguien que se lo haya creído y se considera agraviado, ¿no querrá actuar por su cuenta? Porque a mi padre aquí todos los árabes le conocen de sobra y han dado la cara por él, que si no ahora mismo nos habríamos trasladado a las Bermudas. Y si hubiera sido un agente de verdad, ¿con tanta facilidad se pone en peligro su vida y la de su familia? ¿No debería alguien pagar penalmente tamaña irresponsabilidad? Quieren ahora que el CNI lo confirme o desmienta, ¿por qué no estudiar toda la lista de agentes españoles con presuntas incompatibilidades? Ya puestos...
Siempre he estado orgullosa de mi padre, como todos en la familia. La palabra que mejor le define es inquietud. Inquietud por participar activamente en el momento que le ha tocado vivir, por no conformarse con una existencia anodina, por convertir un origen humilde en un futuro del que esté satisfecho. Pienso en cuando mis amigos, desde pequeña, me preguntan que a qué se dedica mi padre. Yo siempre resoplo, y les enumero despacio, para que lo entiendan: obrero de la naval, sindicalista, empresario, militante del PSOE (a veces con participación más activa que otras), presidente de una ONG de solidaridad con Palestina... y cualquier cosa más que en ese momento llevara entre manos.
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