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SOLLOÍNA

Rocío ritual

Dos días de camino al Rocío, jueves y viernes, acompañando a la Hermandad de Los Palacios, y todavía no me he repuesto del cansancio. Tampoco he podido ordenar el caos de sensaciones acumuladas en alguna sorprendida neurona. He de precisar que era la primera vez, que no pisaba la aldea de Almonte desde hace una quincena de años y que siempre me sentiré más a gusto en cualquier gran ciudad contaminada que en esta apoteosis rural de carretas, bueyes, caballos, mulos, charrets, remolques, tractores y todoterrenos, junto a miles de personas totalmente ajenas a las tareas del campo.

 

Una cosa te lleva a la otra, y de la presentación de Paco en el Pregón pasé a encontrarme en una vorágine de compras y preparativos. Y el jueves, a las seis de la mañana, uno que se parecía a mí iba con unos botos prestados puestos, el sombrero con la cinta de Los Palacios y la medalla de la hermandad que se colgaba mi padre hace 40 años, regalo de mi madre. Como no me lo creía, me llevé la cámara de fotos.

 

En esos dos días, hemos cumplido con todos los rituales: el paso del Guadalquivir por la barca de Coria, los trigales de la Puebla, el vado del Quema con un Guadiamar crecido hasta las rodillas y un bautizo apresurado por el gentío, la entrada y presentación en Villamanrique con la carreta del Simpecao subiendo dos veces los escalones de la iglesia, la acampada en la Dehesa Boyal tipo poblado indio que hubo que montar dos veces por ocupar terrenos que no nos correspondían, la lengua de polvo y arena de la Raya Real, la pará en Palacio, vuelta a la Raya hasta el puente del Ajolí y entrada en la aldea de Almonte para ver a la Virgen, comprar y colocar velas, visitar la Casa Hermandad palaciega y regresar, por la carretera de Almonte, con una inolvidable puesta de sol, entre pinares, a la izquierda, y un enorme arco iris a la derecha. Paco nunca mira al frente cuando conduce. 

 

Hemos compartido risas y contratiempos, cantes y bailes más o menos afortunados; hemos comido lo justo y bebido lo inimaginable (aguardiente al amanecer, cerveza y manzanilla desde media mañana, café y copas a los postres, y vuelta a la cerveza, la manzanilla y las copas en cada parada) a la orilla de cualquier arenal, a la sombra de cualquier acequia; hemos levantado una cerca de todoterrenos y tiendas de campaña; hemos caminado con el asombro de cruzar Doñana, los pies hundidos en tierra, entre una polvareda colosal que devoraba gentes y vehículos. Hemos encontrado a cada cual con sus cosas y sus ánimos: diversión, esperanza, fe.

 

Es increible que sólo ocurra lo que tiene que ocurrir y que la reserva natural más importante de Europa no resulte arrasada.

Ese camino impresiona por su primitivismo, por su duende ancestral, pero hay que tener cuerpo y ganas. 

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