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SOLLOÍNA

Sencilla alegría

Frío en la mañana de Sevilla. El sol tibio desvela la Plaza de España, hermosa en sus contraluces. Un grupo de japoneses despliega su unísono repertorio de cámaras y ohes. Vecinos que corren por el Parque de María Luisa ensombrecido y fresco. Hay quien despide la noche -oh, la noche, con sus panteras de medias de nailon- y quien ya carga con una grabadora al hombro con el ilusorio encargo de atrapar una realidad ajena e inútil. Al menos para vivir. La luz tenue, el cielo recién pintado. Coches a sus tareas, ruidos atenuados. Café en el Bar Citroen. Bullicio matinal en el zoco. Citas cumplidas entre jóvenes con mochila. Gente que sonríe, que se abriga, que busca los rescoldos soleados en la leve claridad. Quehaceres dominicales. Los ojos del asombro asomados a la ciudad ensimismada. El mundo parece otra cosa. Como si girara distinto. Hasta que el taxista vuela por la calle solitaria, sin motivo. Tiempo y frío es lo que sobra, y sombras. Cuántas sombras caben en una mañana de domingo. Luego algunos colegas debaten sobre los decires políticos con vehemencia y credulidad. Esperamos que un prócer ejerza su derecho al voto. Y en la espera, el sol calienta al fin, como si descendiera del árbol ensortijado la luz y el calor.

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