Gooooooooollllllllllll
Sevilla. Barrio de Nérvión. Estado Ramón Sánchez Pizjuán. A falta de siete minutos Makukula marca y empata la eliminatoria de dieciseisavos de final de Copa de la UEFA frente a los griegos del Panathinaikos. 45.000 gargantas rompen la noche iluminada. En el 92', un joven brasileño recién fichado, Adriano, consigue el 2-1. Histeria colectiva. Me abrazo con un chaval que está a mi lado y que no conozco de nada. Saltamos. Tres minutos después, el árbitro, un orondo noruego, pita el final. Catársis. Hermanamiento. Sevilla, hasta la muerte. (¿Soy yo este tipo que hace de ganso ilusionado en un partido de fútbol?) De vuelta todo son parabienes en el autobús de la Peña Sevillista de Los Palacios. Con tres años, en otro vehículo similar, quizá con algunos de los abuelos que todavía hoy viajan, mi padre me llevaba a la vieja bombonera. Quizá para que aprendiera a sufrir, porque nunca, que yo haya visto, hemos ganado nada. Pero hay sentimientos que viajan en los genes de la infancia. (Soy yo, no me cabe duda. Ni me avergüenzo de casi creer en los milagros, vive dios). 2-1. Y ahora nos espera el Parma italiano, el 10 de marzo. Allí estaremos. En el Sánchez Pizjuán. En Nevión. Sevilla. España. ¡¡¡¡Europa!!!
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