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SOLLOÍNA

Indah / Blanca

Acojo hoy en este recodo del sendero (más sugestivo que columna) a Indah, seudónimo de Blanca. La conozco de la lista de correos privada "Charlas entre Nosotros". De ella sólo sé que es estudiante de Informática de Sistemas, escritora y lectora. Respeto las razones de su anonimato. Lo importante es que me gusta lo que hace. Por ejemplo, este relato sobre editores y premios literarios que nos regala esta mañana de San José.

Libre mercado lírico (Relato)

No recuerdo si en el momento de despedirme de él deseaba que me tragara la tierra o que me hubieran educado peor. Quizá lo segundo, así no habría tenido necesidad de aguantarme las ganas de reír que sentía desde que, poco después de aceptar su ofrecimiento para tomar asiento frente a él, supe lo que iba a decirme sin necesidad de escucharlo. Sobre su mesa, abierto más o menos por la mitad, pude ver uno de mis poemarios que semanas antes le había remitido por medio de un amigo común. No necesitaba hacer demasiados esfuerzos para leer en el folio que quedaba a mi derecha, uno de mis sonetos.
- Créame, son hermosos, pero no venderán. Usted maneja bien el lenguaje, sus versos son íntimos, llegan, calan, tocan la fibra sensible, pero no venderán- Sentenciaba una vez tras otra.
Seguí atentamente la evolución de su mano jugando con un lapicero.
- Esto es, señorita, lo que realmente vende hoy por hoy - Y me tendió unas cuantas cuartillas:
Hay en cada hoja –esquina de la esquina huera- ecos de pétalos atonales /donde escuchar el lento paso de las bicicletas, la muerte, la locura del polen /lágrimas de luciérnagas negras enjauladas en mis armarios: invierno /soterrados de polvo miel de leche. Panal de estrellas liban incontinencias civiles paseantes de prados /hieren mil lenguas la innoble tierra que nos patea. /Es lo quisiera refregarse en el terciopelo del árbol /que rastrilla el sol al paso de la huella que emancipa los esfínteres /rumia la lluvia en los porquerizos /absolutas razones desheredan la viga del carcoma materno. © 1999

Hasta tres veces leí la primera cuartilla -no necesitaba, ni me
apetecía, leer el resto-. Las doblé con cuidado y, haciendo auténticos esfuerzos por mantenerme seria, se las devolví.
-¿Lo comprende? – me preguntó tratando él también, creo, de aguantarse las ganas de reír.
-¿El poema? -pregunté inocentemente.
-No. Le pregunto si comprende usted que esto es, precisamente, lo que, hoy por hoy, vende.
-¡Oh, si!, claro que sí. –Respondí aún sonriente, al tiempo que recogía mi poemario.-Siento haberle hecho perder su tiempo.
- Tráigame poemas como éstos –y apretaba mi mano como si me diera el pésame por algo, estoy seguro de que no le resultará difícil escribir cuatro versos y tres puñeteras metáforas de ese estilo. Tráigame mínimo veinte, máximo treinta, y los publicaré. Después, si tiene el éxito que me atrevo a pronosticarle, usted podrá entrar en una etapa de regresión, y entonces le publicaré los actuales, pero no antes, joven.
Días más tarde, mientras hacía limpieza de e-mail en mi programa de correo y cuando estaba dispuesta ya a vaciar la carpeta de eliminados, no pude evitar sentir que eran aquellas una sublime sucesión de palabras para componer un primer poema “que vendiera”:

- Asuntos -

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A éste, le siguieron otros veinticuatro más o menos del mismo estilo, si bien he de decir que algunos de ellos están más elaborados y cuentan con varias frases felices del tipo de: «en la leve pasión cicatrizante del cinturón de piedra indesmondable que nos cruza, sea cada cual, quien, a su gusto, moldee su retrete», que aún ni yo misma he sido capaz de entender.
Hoy mi nombre es conocido en los cinco continente pero, ojalá, no los hubiera escrito nunca. Mis poemas, soterrados bajo polvo de libélulas incrédulas (asonales, desde luego) duermen en un cajón, y yo estoy harta de dedicar y firmar de forma críptica –subyugada por el estilo de Joan Miró, el único Miró que existe pues el resto no son sino pura farsa-, ejemplares del poemario que más se ha vendido en los tres últimos años en todo el mundo y que ha sido, por supuesto, traducido a varios idiomas.
Todavía no me he recuperado de la sorpresa que me produjo leer aquel primer poema vendible: «Asuntos», en mi propio idioma.

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