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SOLLOÍNA

Antonio Rial

Compañero y amigo del lobby gaditano de la redacción de Radio Nacional de España (RNE) en Sevilla. Pero además, destacado periodista científico. Fue Premio Andalucía de Periodismo como director y presentador del programa divulgativo "El siglo que viene", de Radio 5 de RNE. Doctor en Comunicación Audivisual con la tesis "Comunicación Pública de la Ciencia". Doctor en Medicina en el área de Neurociencias. Lo mismo cura el entendimiento que los procesos (de)generativos. Es el mejor asidero: en esta profesión estamos siempre muy malitos de ambas cosas.

Ciencia, periodismo y secreto

¿Quién decide qué debe saberse, cuál debe ser el conocimiento que nos llega a través de los medios de comunicación?. No es pregunta esta inocente ni nueva ni fácil de contestar. El ser humano investiga y descubre desde el principio de los tiempos y desde entonces existe la censura. Los secretos de la Naturaleza fueron consignados como sagrados, como tabúes que había que ocultar o, como mucho, mostrarse ya interpretados o digeridos por quienes detentaban el poder. En el paraíso, Dios prohibió expresamente a Adán y Eva comer los frutos del Árbol de la Ciencia, del Árbol del Conocimiento. La violación de la orden la conocemos de sobra. Los primeros retazos de conocimiento escrito conocido tienen 5.300 años. Yacían en tablas de barro en la región de Sumer, en Mesopotamia, la actual Irak. La historia prueba que durante las guerras, los enemigos de aquel pueblo se ensañaron destruyendo sus libros. Sabían demasiado bien que un pueblo culto era mucho más difícil de conquistar. La narración de Hesíodo en el siglo VIII describe el mito de Prometeo, amigo de la humanidad, que robó a Zeus el fuego para entregárselo al hombre. Zeus lo castigó encadenándolo a una roca. De propina le envió a un buitre para que le devorase el hígado. Los ejemplos que explican los esfuerzos que siempre se han hecho por limitar la información y el conocimiento son innumerables y ni siquiera es necesario recurrir a la ficción de Orwell en su novela 1984. La Iglesia Católica mantuvo durante siglos sus índices de libros prohíbidos; Descartes en el siglo XVII exigió a sus lectores que quemasen todos sus libros antiguos; Nabokov, quemó un ejemplar de el Quijote en el Memorial Hall ante sus alumnos de Stanford y Hardvard. Un personaje de Borges, en el relato El libro de arena, dice: Cada tantos siglos hay que quemar la biblioteca de Alejandría. El verdadero conocimiento, el que nace de la palabra latina scientia, de scire: conocer, es fruto de la razón aplicada, y ha sido siempre peligroso. Conocimiento es poder, dijo en 1605 Francis Bacon, uno de los padres del método científico. La explosión de información actual apenas parpadea con noticias periféricas o superficiales. Como dijo hace unos días Tom Wolfe, la aparición de los blogs es la única esperanza del periodismo verdaderamente libre y sin control. A ver lo que dura.

1 comentario

Anónimo -

este cientifiquito de la calzada del parque del alamillo, parece un jaramillo atenazado por las leyendas negras que han vulnerado las inteligencias.
Devastador Rial, que no Rialp.
Confundir un arqutipo con una secuencia histórica es de tontos psicópatas.
Creer en índices, a la sombra de umberto eco, es volver a lastrar las conciencias, entorpecer la mirada, el futuro.
Nada saben del hombre y su rizoma estos cientifiquillos con flequillo.
Si al menos hubieren leido a Heráclito...snif
que Dios le bendiga
Santa Estulticia