¡A la Feria!

El caso es que de nuevo se cumple el tópico y miles de sevillanos trasladan su casa durante siete días a una ciudad de lona de más de un millar de casetas, de las que 540 son compartidas por familias, 313 de entidades, 172 de peñas, la municipal, seis de los distritos y 14 de los servicios municipales. No se confunda. Abiertas al visitante sólo son las de los distritos, partidos políticos y algunas asociaciones. Para el resto, siga el símil de la casa: vaya si le invitan. O le/se cuela. Que tampoco es tan difícil.
Si se aburre acuda a la Calle del Infierno, con todo tipo de atracciones de feria; algunas de allende los Pirineos. Para que digiera el fino, la manzanilla o el rebujito (manzanilla con refresco de lima limón), con o sin pescaíto frito o montadito de lomo o langostinos de Sanlúcar. Dicen los consumidores que sale por un riñón. Da igual, tiene usted dos.
Tampoco se preocupe por los accesos. En las proximidades, en el Charco de la Pava, junto al río, hay 23.000 plazas de aparcamiento y un rápido y eficaz sistema de lanzaderas de autobuses públicos gratis. Hay que pagar el estacionamiento.
La feria de Sevilla nació por la gracia real de Isabel II el 5 de marzo de 1847 como feria de ganado de tres días a iniciativa del catalán Narciso Bonaplata y el vasco José María Ybarra, que nunca imaginaron este sarao. Claro que los de aquí pusimos al pronto el vino y las sevillanas. Que no es poco.
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