Prejuicio y realidad
Los expertos en deontología profesional y los libros de estilo insisten en que no se concrete la etnia ni la raza ni siquiera, a veces, la nacionalidad de los protagonistas de las noticias. Pero prejuicio y realidad coinciden en demasía como para obviar datos sin los cuales la narración está incompleta. El debate vuelve al hilo del suceso de Sevilla, en el que un ciudadano murió tiroteado presuntamente por el padre de una niña de 7 años a la que había atropellado y que al día siguiente fue dada de alta sin daño alguno. Pese al pulcro relato de los hechos, muchos asociamos lo ocurrido con la actuación con un grupo de gitanos, como así fue. Nadie lo dijo en la radio, no aparecía en los textos. Si los indicios de la lectura no eran suficientes, ahí estaban las imágenes para corroborarlo. En este mundo mediático es imposible ocultar esos detalles. Otra cosa es cómo se cuenten: la tentación de culpabilizar o victimizar a un colectivo. Claro que los mismos que clamaban contra un supuesto racismo hacia Farruquito, exigen ahora que no se sancione a toda una etnia por un hecho aislado. Las varas de medir. La paja y la viga.
Ante un "gitano ha matado" tampoco decimos "un payo ha matado". Hay personas que matan. Lo hemos comprobado con alarma y desazón desde comienzos de año. Varias personas apuñalan a un joven por una disputa de tráfico. Un militar dispara contra su ex mujer y su hija de cinco años. Un vigilante jurado asesina a varios ex compañeros de trabajo. Y aún así, hay veces en que el prejuicio se abraza a la abrupta realidad y se impone al afán de no contribuir a abrir aún más las zanjas de la marginación.
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