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SOLLOÍNA

Pobre Allen, sin identidad

Pobre Allen, sin identidad

Lo diré de inicio, desde una profunda decepción, para que no haya dudas: Vicky, Cristina, Barcelona es una película horrible.

Explico este dolor. Si a veces cumplo a rajatabla la máxima de "apuntarse a un bombardeo", como en el concierto de Amaral, otras actúo desde la más estricta intimidad: es el caso del estreno anual de Woody Allen, al que acudo con devota emoción.

Así que lamento tener que escribir que esta cinta es de lo peor que he visto en años, pese a mi afición a las proyecciones televisivas de Serie B. Tampoco recuerdo nada similar en la amplia obra del director. Cierto que es imposible crear una genialidad al año. Pero ni para comer ni mucho menos para agradecer nada al país que le concedió el Príncipe de Asturias, pensé que el maestro neoyorquino pudiera deslizarse por esa sinuosa pendiente hacia la nada que es VCB.

Todo es una absurda sucesión de postales turísticas salteadas de escenas inverosímiles, tópicas, ridículas.

La producción de esta película ya dejaba un rastro de dudas y sospechas. El genio de Mediapro, Jaume Roures, el antiguo troskista que tiene contra las cuerdas al imperio de Prisa, engatusó al viejo Allen para rodar en la capital catalana, como hiciera en Londres, y embarcó en el proyecto al Ayuntamiento y a la Generalitat. Las dos intituciones soltaron jugosas subvenciones. A cambio, según parece, una exigió el paseo monumental y la otra, que una de las protagonistas justificase su estancia en la ciudad con un máster sobre ¡¡¡"identidad catalana"!!!

Semejante patraña es tan incomprensible que el director y guionista sólo puede hacer decir a su personaje que tal curso le serviría para "dar clases o dirigir un museo". Como si la vida cultural de Manhattan dependiera de la traducción del Avui.

La chica del máster, y sus dudas amorosas, es lo único razonable que se puede encontrar en la película. El resto da grima. Desde una repetitiva y pesada voz en off que detalla el relato como los malos locutores de fútbol hasta la maravillosa Johansson, que aparece plana (¡con esas curvas, dios!), sosa, intrascendente, pese a su supuesto carácter inestable y pasional. El pintor Bardem, con una voz propia de Corleone (al menos en la versión que yo vi), podría haber sido torero si no fuera por la animadversión del tripartito catalán a la tauromaquia. Y la alabada Penélope Cruz, con ademanes de folclórica, mantiene esa histeria sobreactuada y chillona de sus trabajos almodovarianos.    

Una pena para los fieles seguidores del cine de WA. Si ésta es su primera película del autor, corra a alquilar las obras maestras en DVD. Empiece por la londinense Match point. En VCB sólo han ganado los productores: la impresión global es que todos los participantes se han dedicado a hacer turismo en la ciudad. Y en Estados Unidos gusta.

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