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SOLLOÍNA

"Escribir a dieta"

Por JUAN VILLORO

Diario REFORMA. Ciudad de México

(19 de Junio de 2009)

Hace años, en todos los periódicos trabajaba un gordo dedicado al arte de corregir la puntuación. Mientras otros sudaban en el lugar de los hechos, él leía con ojos de cazador. De tanto en tanto, chupaba un lápiz como quien prueba una golosina y tachaba un gerundio. No necesitaba consultar diccionarios porque había engordado a fuerza de adquirir palabras.

El corrector obeso era la versión extrema del periodismo sedentario. Su cuerpo expresaba autoridad. Aunque odiáramos sus enmiendas, lo veíamos como a un Buda cuyo paradójico don consistía en suprimir el adjetivo que tanto nos gustaba.

En un diario español conocí a uno de esos gordos, que además tenía el tino de apellidarse Grasa. Nadie se burlaba de él. Su nombre parecía heráldico, digno de su especialidad.

Los correctores perdieron importancia desde que la computadora prometió hacer esa tarea. El gran gordo desapareció mientras las redacciones se llenaban de gorditos.

Los reporteros se ejercitan menos; ya no persiguen las noticias a pie, sino que las buscan en las pantallas. Un oficio de flacos (recordemos al periodista famélico dibujado por Abel Quezada) se ha convertido en una tarea donde la barriga ya no es exclusividad del corrector en jefe.

Internet ha traído numerosos cambios culturales. No vamos a demonizar aquí algo bueno e inevitable, como la lluvia o el teléfono, pero es un hecho que los inventos ponen nerviosa a la gente. La fotografía anunció el fin de la pintura, el cine el fin de la fotografía, la televisión el fin del cine y la computadora el fin de la televisión. El resultado suele ser el opuesto. Cada nueva tecnología prestigia a la anterior: el plástico ennoblece al vidrio, el vidrio al bronce y el bronce a la piedra.

Las fotos polaroid, que parecieron el non plus ultra de lo moderno, acaban de desaparecer para siempre, convirtiendo a sus cultores -de Andy Warhol a David Hockney- en artistas de una edad pretérita.

Dentro de 50 años será imposible encontrar un sistema operativo para leer un CD con la información que hoy podemos grabar. En cambio, se leerán libros caligrafiados hace 2 mil años.

Internet refrendó la fuerza de la cultura de la letra. No podemos vivir sin escritura. La constelación que una vez se trazó con tinta de calamar, ahora brilla en nuestras pantallas.

Sin embargo, ante la galaxia Google, el periodismo impreso ha tenido un ataque de ansiedad. En vez de realzar sus recursos, imita los ajenos. Como la información en línea es muy solicitada, los periódicos tratan de parecer páginas web (menos letras, más imágenes, tips que simulan ser links...).

La reacción debería ser la contraria. Si en la pintura el abstraccionismo mostró lo que no puede hacer la fotografía, el periodismo impreso debería ofrecer lo que no funciona en la red: textos larguísimos para gente que conoce la calma. El periódico italiano La Reppublica es un buen ejemplo al respecto. Se lee al ritmo que impone el papel. Hace poco, uno de sus temas de portada fue la descripción de un beso. Es cierto que el autor era Orhan Pamuk, pero pocos diarios lo hubieran considerado digno de primera plana.

Lo curioso es que mientras se reduce el periodismo de investigación y se eliminan suplementos, las revistas ganan adeptos, demostrando que hay gente dispuesta a leer textos más extensos que los de las cajas de cereales.

La red se ha convertido en su propio tema: es el horizonte de los acontecimientos. En vez de acudir al lugar de los sucesos, el reportero vigila la realidad virtual. Como todos pueden llegar ahí, la competencia se basa en la homologación. El triunfo de conseguir algo único es menos decisivo que la derrota de perder lo que los demás consiguieron. La novedad tiene un criterio estándar.

Otro efecto secundario de internet es la disminución de corresponsales extranjeros. La red es una plaza sin patrias donde se intercambian datos de todas partes. Los enviados especiales se han vuelto caros y en cierta forma desconfiables: ven de manera peculiar un mundo que aspira a la norma.

Para colmo, en muchas ocasiones el reportero debe escribir un texto aplicable a varios formatos (el periódico impreso, la información en línea, el boletín de radio o televisión). Por lo tanto, ofrece una materia neutra donde los giros personales se evitan como grumos en el arroz con leche.

El periodismo sin señas de identidad permite que alguien comente: "ese texto es demasiado literario". La frase debería ser tan rara como la de un chef que dijera: "ese guiso es demasiado gastronómico". Casi siempre, la objeción se refiere a que el texto es complicado. La claridad es un requisito de la prensa (el desembarco en Normandía no se puede comunicar como un poema dadaísta), pero el miedo a la diferencia ha llevado a renunciar a los adverbios y los adjetivos.

Al alejarse de su esencia, la prensa escrita pierde lectores en todas partes. Mientras los periódicos adelgazan, los periodistas engordan.

No será por mucho tiempo. No hay vida sin historias. Nada más urgente que la crónica de un beso.

(Visto en Escolar y La Fragua)

2 comentarios

Anonimus -

GORDOS Y...
Precisamente eso, el ser de campo, era lo que García Lorca no podía aguantar del "paleto" poeta alicantino, otrora amigo. Lo cuenta a la perfección José Luis Ferris en Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta.

"¿Está Miguel? Pues échale"

Corría julio de 1936 y Vicente Aleixandre organizaba una despedida (que para muchos sería definitiva) antes de marcharse de vacaciones. A la fiesta estaban invitados "Pablo Neruda, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Rodríguez Luna".

Según confesaba el propio Aleixandre, Lorca llamó a primeros de julio para decirle que iría, pero al enterarse de que estaba Miguel Hernández dijo que no iría y le pidió que lo echara. Aleixandre no hizo caso y Lorca no sólo no fue, sino que jamás se despediría de Vicente.

Guerra contra los intelectuales

La de Hernández contra Lorca no era la única afrenta que el poeta alicantino tenía contra los poetas de ciudad. Miguel, que pasó gran parte de los días en las trincheras, no entendía que Rafael Alberti, María Teresa León y algunos otros, prepararan una fiesta en medio de aquella guerra.

Miguel Hernández irrumpió en el edificio de la Alianza, donde se celebraba una fiesta con el nombre de II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura organizada por la mujer de Alberti, María Teresa León.

Hernández estalló y se acercó a Alberti para decirle: "Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta". El poeta gaditano le animó a que lo dijera en voz alta al resto de asistentes, y Miguel lo que hizo fue escribirlo en una pizarra.

Entonces María Teresa León, que se había tomado las molestias de organizar el sarao, se acercó al poeta de Orihuela y le dio una bofetada que, según cuentan, acabó con Miguel Hernández en el suelo.

Anonimus -

Precisamente eso, el ser de campo, era lo que García Lorca no podía aguantar del "paleto" poeta alicantino, otrora amigo. Lo cuenta a la perfección José Luis Ferris en Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta.

"¿Está Miguel? Pues échale"

Corría julio de 1936 y Vicente Aleixandre organizaba una despedida (que para muchos sería definitiva) antes de marcharse de vacaciones. A la fiesta estaban invitados "Pablo Neruda, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Federico García Lorca, Miguel Hernández y Rodríguez Luna".

Según confesaba el propio Aleixandre, Lorca llamó a primeros de julio para decirle que iría, pero al enterarse de que estaba Miguel Hernández dijo que no iría y le pidió que lo echara. Aleixandre no hizo caso y Lorca no sólo no fue, sino que jamás se despediría de Vicente.

Guerra contra los intelectuales

La de Hernández contra Lorca no era la única afrenta que el poeta alicantino tenía contra los poetas de ciudad. Miguel, que pasó gran parte de los días en las trincheras, no entendía que Rafael Alberti, María Teresa León y algunos otros, prepararan una fiesta en medio de aquella guerra.

Miguel Hernández irrumpió en el edificio de la Alianza, donde se celebraba una fiesta con el nombre de II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura organizada por la mujer de Alberti, María Teresa León.

Hernández estalló y se acercó a Alberti para decirle: "Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta". El poeta gaditano le animó a que lo dijera en voz alta al resto de asistentes, y Miguel lo que hizo fue escribirlo en una pizarra.

Entonces María Teresa León, que se había tomado las molestias de organizar el sarao, se acercó al poeta de Orihuela y le dio una bofetada que, según cuentan, acabó con Miguel Hernández en el suelo.