Extrañas intimidades
Lo dijo Ella la otra tarde en la playa como lo habló con las amigas durante la cena de la noche anterior, aireando lo propio, y peor, los años. Ahora, con otra entonación, más ideológica, pero con indéntico poso, lo leo en el chateau de Espada:
"«¿Han cambiado ellos? ¿He cambiado yo?» (...) La propia formulación de la pregunta exige el cumplimiento de una premisa harto discutible: la unidad del yo. Cambiar, en el fondo, significa permanecer. Nos resistimos a una hipótesis distinta: la de ser otro. Otro que vuelve la cabeza y mira al Uno, con las consecuencias lógicas de la ausencia de vínculos.
Pero demos por bueno que la unidad del yo existe, y que hemos atravesado, compactos, el tiempo. No todos los yoes experimentan esa sensación que describía mi corresponsal. En realidad, la mayoría de las gentes cree que ni ellos han cambiado ni he cambiado yo. Pero en una pequeña minoría es cierto que la quiebra se ha producido".
Cuando yo era joven lo repetía de fomar más prosaica, con aquel verso de Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Poema 20, previo a La canción desesperada y su concluyente "Es la hora de partir. Oh abandonado!"
Y aún otra más, también de don Arcadi y su veraneo: "La entrada de mis hijas en el umbral de la adolescencia ha tenido efectos destructivos en mi celebración de la carne joven. Saturado de hormonas, ahíto de turgencias, licuado en mil flujos, prefiero, por lo general, menos arrogancia y hasta un punto de flacidez amorosa. La circunstancia de esos vejetes en manos de muñecas se me hace más incomprensible cada día. La vida, (y ¡los patéticos embates!) rebota en tales cuerpos".
Mal van llegando las vacaciones.
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