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SOLLOÍNA

Guerra de sexos

En un acto oficial, un consejero andaluz firma un acuerdo con organizaciones sociales y entidades financieras. 25 personas. Sólo dos mujeres. Una entre cuatro representantes de colectivos sociales. Una entre 20 ejecutivos bancarios. Al margen, la troupe periodística: 7 a 2. El dos, hombres. Luego el político se acerca, risueño entre el aleteo de micros y caderas. Cuánta mujer, exclama; a este paso habrá que crear el Instituto Andaluz del Hombre, dice: Ellas ya son más en todas las facultades. No mirará los nombres de los firmantes del convenio que acaba de rubricar. No volverá a pensar si ellas son más al estrechar la mano de quien ha de autorizarle un crédito. La paridad sólo en la política; en breve también por ley las listas cremallera -un hombre, una mujer-, según las medidas de impulso democrático pactadas en el Parlamento andaluz. La igualdad de representación, de salarios, en la oficialidad. Para funcionarios y agregados. El residuo de la socialdemocracia.
Pero la economía y la empresa son otra cosa, de ellos, de azul marino o gris, pendientes de la cuenta de resultados, beneficios, dividendos, reinversiones. (Ella, la única, también discreta, de traje chaqueta negro). Lo demás -quien lo revierta en leyes, quien lo cuente- es accesorio, como aquellas asignaturas marías que nunca quedaban para septiembre. Se leen, por si acaso, pero no se aprenden. Basta con el tintineo de las caderas y la reproducción literal de los magnetófonos. Aunque quede lejos el final del túnel. Habrá que proponer el Instituto Andaluz de la Banca Igualitaria.

1 comentario

Alosanfán -

Lo del Instituto del Hombre no es mala idea en este tiempo feminista. El siglo XX ha sido el de las mujeres. Y es justo que igualasen sus derechos, la conquista de lo evidente.Ahora se pasan de frenada. Lo masculino desagrada, incluso lo que tiene que ver con la biología. Los antropólogos saben que nuestra función genética es la de esparcir esparmatozoides, cuantos más mejor, así es que estamos preparados para ponernos como burros ante tetas y culos. Un hecho tan elemental, se nos recrimina: nos hacen sentir culpables. Vale, pues; nos confinan a comportarnos como una secta secreta (¡qué buenas están las tías que estan buenas!)...