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SOLLOÍNA

Los trenes de la muerte (Aitana)

Los trenes de la muerte (Aitana) ¿Qué se puede escribir un día como hoy que no sea el silencio? Pensé colocar aquí un simple crespón negro. Y callar. En memoria de las víctimas. Por mi propio desconsuelo. Pero al llegar a casa ayer tarde mi hija escribía una redacción. No era un encargo de clase. Era una necesidad, aunque ella no lo sabe aún. Por propia iniciativa estaba escribiendo lo que recordaba de aquel 11 de marzo de hace un año. Sin consultar nada, a capela memorística. Como en un exorcismo. Es el homenaje de una niña de 12 años a las víctimas. Y el mío.

LOS TRENES DE LA MUERTE

Como todos sabéis, hoy se conmemora un primer aniversario muy importante, trágico, doloroso e infeliz, pero importante. En Madrid explosionan tres bombas, en las estaciones de Atocha, en Santa Eugenia y en El Pozo del Tío Raimundo.
A las diez de la mañana, un día normal de colegio, en clase de Conocimiento del Medio avisan a todos los profesores de una reunión urgente en el recreo, una bomba había explotado en la estación y había dejado a su paso centenares de heridos. A continuación otra bomba, Santa Eugenia regada de sufrimiento y dolor, convierte en un escenario muy desagradable sus calles. Las primeras víctimas mortales, las primeras familias con un miembro menos. Al poco tiempo, otra bomba en El Pozo, sin duda aquello era el atentado terrorista de mayor dimensión en España.
La reunión de profesores se adelanta. A la hora aproximadamente nos avisan de lo ocurrido, y de que en el recreo guardaríamos un minuto de silencio. Todos conmocionados, nos quedamos asombrados por la tragedia, nos quedamos sin habla. A las doce y cuarto guardamos un minuto de silencio, pensando que toda esa gente no se merecía tan solo un minuto, se merecía una hora. Personas trabajadoras que iban a su oficio como todos los días, estudiantes que, me apuesto lo que quieras, hubieran hecho muchísimo por España.
A las dos y media, llego a mi casa, mi madre llorando en el sofá, viendo a través de una pantalla lo que fue su hogar durante dos años. Aquel once de marzo no hubo telediarios, sino conexiones en directo con corresponsales enviados al lugar. Pusieron las primeras imágenes de las explosiones, se oían gritos de dolor, voces de auxilio, el sonido de las sirenas de policía, ambulancias y los cláxones de los atascos habituales en Madrid. Imágenes en directo, mostrando a heridos siendo atendidos, personas transportando cadáveres. Suelo rojo, en algunos sitios encharcados.
Los ojos de las personas mostraban preocupación y pesar al igual que los mayores de mi casa.
Esa tarde me quede en mi cuarto encerrada intentando hacer un cuento o ingeniar alguna poesía divertida, pero lo único divertido que tuvo ese día fue la sopa de letras que hice en inglés. Las ideas no aparecían, no podía pensar en otra cosa que no fueran trenes, muerte o dolor.
Son las once de la noche, el presidente del Gobierno hace su primera intervención en público. Él dice que ha habido ciento noventa y dos fallecidos y centenares de heridos.
Ya sabíamos que ciento noventa y dos familias sufrirían esa noche más que las demás, habían perdido a un ser querido.
El día siguiente hubo manifestaciones en todas partes de España.
Todos, incluso el Gobierno, creíamos que había sido E.T.A, pero no, estábamos totalmente equivocados, fue Al Qaeda.
A los cuatro días se hizo la primera detención, así hasta hoy.
La Casa Real y los diferentes partidos políticos, así como el resto de España, decidimos tener en el corazón, en el recuerdo, y por supuesto en Madrid, el alma de esas ciento noventa y dos personas, por eso han plantado en el parque de “El Retiro”, “El Bosque de los Ausentes”, porque a esas personas, no las olvidaremos nunca.
Esta redacción me gustaría dedicarla a todos los familiares de los fallecidos, y, cómo no, a todas las víctimas de este atentado, a todas las víctimas del terrorismo, y a la Asociación de Víctimas del 11-M, porque juntos vamos a hacer del terrorismo una leyenda en el olvido.

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