Farruquito show
En unas horas comenzará en la Audiencia Provincial de Sevilla el juicio contra el bailaor Juan Manuel Fernández Montoya, Farruquito, por atropellar mortalmente en un paso de cebra a un hombre, Benjamín Olalla, de 35 años, cuando el 30 de septiembre de 2003 conducía un BMW de segunda mano recién comprado a gran velocidad, no tener permiso de conducir ni seguro, y darse a la fuga. Fue detenido seis meses más tarde, después de que su hermano de quince años intentará responsabilizarse de lo ocurrido. Se le acusa de homicidio imprudente y contra la seguridad del tráfico, omisión del deber de socorro e inducción a la simulación del delito. El fiscal le pide tres años y tres meses de cárcel; la acusación particular solicita ocho. Hay otros cinco procesados en el caso, entre ellos dos policías nacionales que ayudaron al bailaor a ocultar lo ocurrido.
El caso tiene todos los ingredientes para convertirse en un show mediático. Farruquito, de etnia gitana, está considerado una de las grandes figuras del baile flamenco actual, quizá el más virtuoso, por encima de Joaquín Cortés y Antonio Canales, con más pureza, heredero cabal de la saga de Farruco, y una enorme proyección internacional, hasta el punto de que una revista norteamericana lo incluyó entre los más guapos del mundo. La muerte de su abuelo Farruco y el repentino fallecimiento de su padre durante una gira le convirtieron desde muy joven en cabeza del clan. Él mismo ha alegado ante el juez, para que le autorizara a viajar y cumplir con sus contratos, que de su trabajo depende toda su familia. En este caso pueden ser varias decenas de personas. Ellos, apoyados por gentes del mundo flamenco y gitano, lanzaron una campaña de recogida de firmas en Internet con el lema "Farruquito, juicio justo", en la que denunciaron incluso actitudes racistas contra el bailaor cuando algunos sectores sociales y, sobre todo, la viuda, pedían una mayor dureza judicial. Aquí se dan algunas claves desde el punto de vista legal.
La verdad es que Farruquito no ha pisado la cárcel, aunque el fiscal llegó a pedirla, ha podido seguir actuando, salvo algunos inconvenientes derivados de la actuación judicial, y la instrucción del caso ha sido tan modélica como cualquier otra. Más llamativo ha sido que el asunto ha aparecido más a menudo en las páginas de Espectáculo -y hasta de Cultura- que en la de Sucesos; que algún medio de referencia le dedicara en los primeros meses tras su imputación entrevistas y reportajes muy favorables, del tipo: Joven genio que ha sufrido complicadas tribulaciones familiares se ve inmerso por mor de la mala fortuna en un desagradable asunto que le puede truncar su prometedora carrera e impedirnos gozar de una de las cumbres del arte. Recuerdo ahora alguno de El País en esta línea, sin voz para los familiares del fallecido.
Una línea recta, como una flecha, al corazón de la viuda y los padres de Benjamín Olalla, que aquella noche, como otras, salía de nadar del Polideportivo Municipal San Pablo de Sevilla sin preocuparse de que unos metros antes un bailaor famoso se había saltado un semáforo en rojo y sin intuir entonces que poco después le atropellaría en un paso de peatones, según la versión de la fiscalía. El cuerpo fue lanzado a cuatro metros de altura y cayó trece metros más lejos. Murió unas horas después de ser trasladado al Hospital Virgen del Rocío. Luego pasaron varios meses de sombra. El suplemento dominical Crónica de El Mundo lo explicaba en una reportaje de Ana María Ortiz titulado "Jaleando a Farruquito": "«Él parece un héroe y el mío, enterrado desde hace seis meses». El abogado del hombre que murió atropellado por el «bailaor» sintetiza así la extraña reacción popular de apoyo al conductor homicida. Mientras ocultó el delito, Farruquito ganó 300.000 euros; la viuda, 420 de pensión". Suena demagógico, pero no para la que fue su mujer, que ha exigido justicia desde todos los foros posibles.
La expectación, pues, será máxima en la Audiencia de Sevilla. Más de 60 periodistas de 40 medios de comunicación se han acreditado. Muchos de ellos vinculados a la prensa del corazón, qué ironía. La Junta de Andalucía ha tenido que gastar 6.000 euros para preparar una sala específica para la cobertura periodística. Dispone de circuito cerrado de televisión, salidas de audio y vídeo y una señal institucional de vídeo. El Gobierno regional se ha hecho cargo de los gastos derivados de la adquisición de los instrumentos indispensables para los medios de comunicación durante el juicio, y la Subdelegación del Gobierno ha establecido medidas de seguridad para manejar la presencia prevista de un centenar de personas a las puertas de los juzgados sevillanos.
Saben que hay entretenimiento para varias semanas y, por supuesto, prestan toda la ayuda posible para que asistamos otra vez a la información espectáculo, a las medias verdades, las insinuaciones, las prisas por contar lo que sólo se intuye. Cada cual ségún las órdenes de un jefe preocupado por las audiencias, los shares, las exclusivas, las ganancias. La Administración, para servir a la Verdad, se reconvierte en productora aliada de los grandes medios que exigen emociones fuertes. Todo por un simple y desgraciado atropello, con su irresponsable conductor y sus damnificados, que ocurre cada poco en cualquier carretera española sin que sea objeto el mejor de los días de más de unos pocos segundos en los telediarios. Salvo que se operación salida. Ah, será eso: que este caso es una -otra- salida.
Tras el huracán quizá sobrevivan algunas vidas más o menos truncadas, algún ánimo reparador, alguna sentencia polémica. La difícil recuperación del prometedor joven que ha de pagar por un cruel error, la dolorosa existencia de una mujer sin más horizonte que la memoria rota, unos padres mayores acunados por el recuerdo. Ahora llega el tiempo devastador de la miseria audiovisual. La noticia supurante. En esta misma ciudad hubo un caso Arny. Pero nadie hizo examen de conciencia. Ni medios ni administración. Y la rueda no ha de parar.
El caso tiene todos los ingredientes para convertirse en un show mediático. Farruquito, de etnia gitana, está considerado una de las grandes figuras del baile flamenco actual, quizá el más virtuoso, por encima de Joaquín Cortés y Antonio Canales, con más pureza, heredero cabal de la saga de Farruco, y una enorme proyección internacional, hasta el punto de que una revista norteamericana lo incluyó entre los más guapos del mundo. La muerte de su abuelo Farruco y el repentino fallecimiento de su padre durante una gira le convirtieron desde muy joven en cabeza del clan. Él mismo ha alegado ante el juez, para que le autorizara a viajar y cumplir con sus contratos, que de su trabajo depende toda su familia. En este caso pueden ser varias decenas de personas. Ellos, apoyados por gentes del mundo flamenco y gitano, lanzaron una campaña de recogida de firmas en Internet con el lema "Farruquito, juicio justo", en la que denunciaron incluso actitudes racistas contra el bailaor cuando algunos sectores sociales y, sobre todo, la viuda, pedían una mayor dureza judicial. Aquí se dan algunas claves desde el punto de vista legal.
La verdad es que Farruquito no ha pisado la cárcel, aunque el fiscal llegó a pedirla, ha podido seguir actuando, salvo algunos inconvenientes derivados de la actuación judicial, y la instrucción del caso ha sido tan modélica como cualquier otra. Más llamativo ha sido que el asunto ha aparecido más a menudo en las páginas de Espectáculo -y hasta de Cultura- que en la de Sucesos; que algún medio de referencia le dedicara en los primeros meses tras su imputación entrevistas y reportajes muy favorables, del tipo: Joven genio que ha sufrido complicadas tribulaciones familiares se ve inmerso por mor de la mala fortuna en un desagradable asunto que le puede truncar su prometedora carrera e impedirnos gozar de una de las cumbres del arte. Recuerdo ahora alguno de El País en esta línea, sin voz para los familiares del fallecido.
Una línea recta, como una flecha, al corazón de la viuda y los padres de Benjamín Olalla, que aquella noche, como otras, salía de nadar del Polideportivo Municipal San Pablo de Sevilla sin preocuparse de que unos metros antes un bailaor famoso se había saltado un semáforo en rojo y sin intuir entonces que poco después le atropellaría en un paso de peatones, según la versión de la fiscalía. El cuerpo fue lanzado a cuatro metros de altura y cayó trece metros más lejos. Murió unas horas después de ser trasladado al Hospital Virgen del Rocío. Luego pasaron varios meses de sombra. El suplemento dominical Crónica de El Mundo lo explicaba en una reportaje de Ana María Ortiz titulado "Jaleando a Farruquito": "«Él parece un héroe y el mío, enterrado desde hace seis meses». El abogado del hombre que murió atropellado por el «bailaor» sintetiza así la extraña reacción popular de apoyo al conductor homicida. Mientras ocultó el delito, Farruquito ganó 300.000 euros; la viuda, 420 de pensión". Suena demagógico, pero no para la que fue su mujer, que ha exigido justicia desde todos los foros posibles.
La expectación, pues, será máxima en la Audiencia de Sevilla. Más de 60 periodistas de 40 medios de comunicación se han acreditado. Muchos de ellos vinculados a la prensa del corazón, qué ironía. La Junta de Andalucía ha tenido que gastar 6.000 euros para preparar una sala específica para la cobertura periodística. Dispone de circuito cerrado de televisión, salidas de audio y vídeo y una señal institucional de vídeo. El Gobierno regional se ha hecho cargo de los gastos derivados de la adquisición de los instrumentos indispensables para los medios de comunicación durante el juicio, y la Subdelegación del Gobierno ha establecido medidas de seguridad para manejar la presencia prevista de un centenar de personas a las puertas de los juzgados sevillanos.
Saben que hay entretenimiento para varias semanas y, por supuesto, prestan toda la ayuda posible para que asistamos otra vez a la información espectáculo, a las medias verdades, las insinuaciones, las prisas por contar lo que sólo se intuye. Cada cual ségún las órdenes de un jefe preocupado por las audiencias, los shares, las exclusivas, las ganancias. La Administración, para servir a la Verdad, se reconvierte en productora aliada de los grandes medios que exigen emociones fuertes. Todo por un simple y desgraciado atropello, con su irresponsable conductor y sus damnificados, que ocurre cada poco en cualquier carretera española sin que sea objeto el mejor de los días de más de unos pocos segundos en los telediarios. Salvo que se operación salida. Ah, será eso: que este caso es una -otra- salida.
Tras el huracán quizá sobrevivan algunas vidas más o menos truncadas, algún ánimo reparador, alguna sentencia polémica. La difícil recuperación del prometedor joven que ha de pagar por un cruel error, la dolorosa existencia de una mujer sin más horizonte que la memoria rota, unos padres mayores acunados por el recuerdo. Ahora llega el tiempo devastador de la miseria audiovisual. La noticia supurante. En esta misma ciudad hubo un caso Arny. Pero nadie hizo examen de conciencia. Ni medios ni administración. Y la rueda no ha de parar.
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MIGUEL -