Un centurión helenista en Searus
(“Historia menor de Grecia”, de Pedro Olalla)
En algún momento de la dominación romana de Hispania, acampado a las afueras de Searus, el centurión Publio Titus Sollus alza la mirada sobre la vasta marisma mientras sus hombres se disponen a partir por la Vía Augusta hasta Gades. Golpea con la espada la tierra fértil de los turdetanos, rememora su búsqueda incansable e infructuosa de la misteriosa Tartessos. Como embrujado por sus ensoñaciones cree conocer lo escrito por Herodoto sobre Argantonio, el último rey y el único del que existen referencias históricas (“...con un enorme deseo de llegar a Egipto, navegaron fuera de su ruta, arrastrados por el viento del Este; y, sin dejar de soplar el viento, alcanzaron las columnas de Hércules y, conducidos por un dios, llegaron a Tartessos. Este lugar de comercio estaba sin explotar en esta época...”), lo plasmado por Anacreonte sobre la riqueza y la complejidad política de este reino, lo descrito por Pausanias (“Dicen que Tartessos es un río en la tierra de los iberos, llegando al mar por dos bocas y que entre esas dos bocas se encuentra una ciudad de ese mismo nombre”).
Publio Titus Sollus reclama su culta ascendencia turdetana y desprecia a los mercaderes fenicios; anhela una sociedad amparada por el legado de los antiguos griegos (Isonomía: igualdad ante la ley. Isopoliteia: igualdad entre ciudadanos. Isegoría: igualdad en el uso de la palabra. Parresía: atreverse a hablar para defender la verdad), en la que impere la voluntad de los libres ante el acecho constante de los bárbaros, como la que, al decir de los sabios, existió en Helea.
Pero ahora ha de partir de inmediato y dejará inconclusas sus indagaciones: los dioses no le han sido benévolos y su amor por las historias que reptan entre estas piedras aguijoneadas por el sol que encala el valle de la Bética viajará oculto entre los pliegues de su alma, postergado el estudio una vez más para pacificar nuevas revueltas en los confines del Imperio. Lamentará su suerte cuando mande recoger los apelmazados pergaminos y, en el atardecer previo a la marcha, le llegue el frescor de los arroyos que saciaron la sed de sus antepasados en la modesta Searus, de la que el insigne Tito Livio ha dado cuenta para la posteridad.
El centurión, ya pertrechado de honores militares, dará las últimas órdenes con voz firme; ni sus más afines reconocerán en el eco el ligero temblor que exhala cada una de sus palabras, esa incertidumbre que agita el pecho del guerrero antes de la próxima batalla no por un temor propio razonable, sino por el riesgo inhumano que sus hombres habrán de padecer.
Sobre la montura, Publio Titus Sollus pensará en Aquiles y otros héroes, en su condición de ciudadanos ilustrados y, al tiempo, de mortales que habrán de dignificar el campo de batalla. Desconocerá que varias centurias después un descendiente suyo, natural y vecino de Los Palacios y Villafranca, próxima a la desaparecida Searus, leerá con fruición “Historia menor de Grecia. Una mirada humanista sobre la agitada historia de los griegos” (Editorial Acantilado), del helenista Pedro Olalla, que desde el prólogo “aspira a ser rigurosamente histórico en cuanto al contenido (...) y rigurosamente literario en cuanto a la forma”. Un autor que ambiciona “sentir hondo, pensar alto, y también hablar claro”; tanto como para concluir: “Hoy, al igual que siempre, son progresistas quienes luchan contra la injusticia y la ignorancia, y son retrógrados quienes la favorecen por alguna razón”.
Este otro Sollo de hoy se adentrará de la mano de Olalla en la “tentación desconocida” que llevará a Homero a escribir un poema “donde se muestre verdaderamente que no hay sobre la tierra nada más miserable ni más grandioso que el hombre”; aprenderá con Hesíodo que “el día en que no haya renuncia a favor de lo justo y no tenga valor la palabra, la verdad, la piedad ni la vida (...) esta estirpe de vidas efímeras conocerá su fin”; querrá hacer suyo el discurso de Pericles cuando se refiere a “hombres a quienes la riqueza les brinda la posibilidad de obrar y no la de vanagloriarse, que se interesan de igual modo por lo público y lo privado, que llegan al arrojo movidos por la libertad y la reflexión y no por la ignorancia”; entenderá con Hermias “que la educación política es esencial para que todos los hombres puedan influir sobre la sociedad, que el poder debe ser puesto en manos de los más capacitados para discernir lo justo, y que es prudente y conveniente limitar el poder concentrado en los hombres para otorgárselo a la ley”.
Cuestionará con los más lúcidos pensadores “el monoteísmo soberbio de judíos y galileos” y más tarde de musulmanes, se apiadará de aquellos sacrificados que resistieron con su vida a la bárbara tiranía de clérigos y poderosos, aquellos como Hipatia que enfrentaron la ciencia a la intolerancia y el fanatismo, aquellos como el cónsul español en Atenas, Romero Radigales, que en 1943 hizo cuanto pudo por salvar a los hebreos de origen español residentes en Salónica, finalmente muchos deportados a campos de concentración nazi, para doblegar la brutal pasividad del nuevo Estado franquista.
Este hombre, que durante esta lectura se ha imaginado un antepasado turdetano y centurión cuya historia modesta y malamente trata de relatar al modo de Olalla, entrevistó al autor para el programa de RNE Andalucía “Historias de Papel”. Cordial y cercano, Olalla volvió a reivindicar el humanismo frente a la crueldad economicista del presente, alertó de la fragilidad de las libertades y derechos conquistados a lo largo de los siglos, abogó por la activa participación ciudadana en las cosas públicas. Como en el texto que escogió para ilustrar la charla radiofónica, “Hermias piensa que la legitimidad de un gobernante en el poder viene dada por la razón y la justicia, y que el mejor gobierno es el gobierno de unas buenas leyes”,
...aunque “mañana, aquí en Susa, tras semanas de humillación y de tortura, Hermias será crucificado”.
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