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SOLLOÍNA

Profesiones

El trabajo que me permite comer, vestir y, a veces, viajar y soñar me ocupa más de lo que debiera y el blog ha de quedar, a veces, en un segundo plano. Lo lamento. Casi tanto como las vueltas que se le está dando al Estatuto del Periodista Profesional en vez de abrir, entre todos, una mesurada, profunda y seria reflexión sobre el porvenir de esta tarea, tan ingrata como maravillosa.

Como aportación, quiero contar la historia de un hombre que quería construirse una casa. Amante de la arquitectura, la diseñó minuciosamente desde los cimientos hasta la techumbre. Cuando al fin inició las obras, la Autoridad le mandó parar y precintó la parcela. No era titulado, ni por ende colegiado, ni tenía planos visados por el colegio en cuestión. Otra Autoridad semejante detuvo y encarceló a otro hombre que abrió una consulta médica porque le gustaba sanar y consideraba que tenía dotes y conocimientos suficientes. En prisión oyó a una persona relatar que su presunto delito había sido actuar de abogado ante un tribunal sin titulación, sin colegiarse, sin pagar cuotas, pese a que era un extraordinario experto en la materia.

Un interno del psiquiátrico adjunto se unió a la tertulia a través de la reja para contar que durante muchos años había ido cambiando de profesión cada poco, falsificando estudios y papeles, pero nunca conocimientos. Fue profesor universitario de las más diversas especialidades, adjunto de trasplantes, ingeniero nuclear y hasta psicólogo infantil. Cuando descubrían que no sólo era joven sino indocumentado, lo expulsaban y lo denunciaban.  Siempre, salvo aquella etapa en que ejerció de periodista. Nadie se preocupó de títulos, colegios profesionales, reglamentos. La mejor etapa de su vida. Unos bohemios con aspiraciones literarias, estos redactores, decía. Lo importante era escribir bien. Claro que también había sido muy bueno en todo lo demás, pero únicamente aquí podía trabajar con absoluta libertad, como tantos otros en prensa, radio y televisión. A menos requisitos, mejor.  "Lástima que ganaran tan poco. Por eso lo dejé", concluyó.

Yo también conozco radiotelevisiones estatales, regionales y municipales -públicas y privadas-,  periódicos, gabinetes de comunicación y otros derivados de esta profesión en que  la mayoría del personal no tiene la titulación de periodismo ni estudios técnicos que avalen sus tareas ni nada semejante. Conozco a algún hijo de dueño de emisora, a algún cargo de confianza de algún político, a algún chaval con inquietudes, a alguien que dice que tiene un amigo que dice tener un primo que conoce a un tipo que, como en aquella canción de Serrat. Gente que de pinchadiscos ha pasado a editor y presentador de informativos en una carrera tan meteórica como insustancial. Gente, también, -y alguna muy bien formada- que se desespera en el paro tras cinco años de carrera universitaria que no le sirve para lo que querían hacer y acaban opositando para profesor de Literatura.

Cierto, el Estatuto aporta poco al respecto. Porque en el fondo acepta el estado de cosas y no propugna el cambio radical que la profesión necesita. Peca de timorato en lo fundamental y de puntilloso en otras cuestiones más irrelevantes. Se aceptan opiniones.

1 comentario

karen -

gkjfe543h65jyki76ytdebe salir mas claro las cosas