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SOLLOÍNA

Que Javier duerma en paz

A los curas no les gusta este niño que nació el domingo en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Gracias al Diagnóstico Genético Preimplantatorio, que sólo ofrece la sanidad pública andaluza, Javier está libre de una grave enfermedad hereditaria y la sangre de su cordón umbilical servirá para realizar el trasplante que necesita su hermano, de seis años, para superar una anemia congénita severa.

La Conferencia Episcopal clama: "Se ha calificado el hecho como un éxito y un progreso científico. Sin embargo, someter la vida humana a criterios de pura eficacia técnica supone reducir la dignidad de la persona a un mero valor de utilidad. (...) El hecho feliz del nacimiento de un bebé sano no puede justificar la instrumentalización a la que ha sido sometido y no basta para presentar como progreso la práctica eugenésica que ha supuesto la destrucción de sus hermanos generados in vitro".

Que le responda Steven Pinker, quien el 28 de mayo de 2008 publicó en The New Republic este artículo, La estupidez de la dignidad. La más reciente y más peligrosa  estratagema de la bioética conservadora. [Vía Arcadi Espada]

<< El problema es que la “dignidad” es una noción gelatinosa, subjetiva, difícilmente a la altura de las poderosas demandas morales que se le asignan. La bioeticista Ruth Macklin, que se había cansado de las palabras huecas sobre la dignidad que pretenden impedir la investigación y las terapias, echó el guante en un editorial en 2003, “La dignidad es un concepto inútil”. Macklin arguyó que la bioética ha bregado francamente bien con el principio de autonomía personal ─la idea que dice que ya que todos los seres humanos tienen la misma capacidad mínima para sufrir, prosperar, razonar y escoger, ningún ser humano tiene el derecho de inmiscuirse en la vida, el cuerpo, o la libertad de los demás. (...)

Lo enfermizo en la bioética de los teocons va más allá de imponer una agenda católica sobre una democracia secular y utilizar la “dignidad” para condenar cualquier cosa que molesta a alguien. Desde que se clonó a la oveja Dolly hace una década, el pánico que sembraron los bioeticistas conservadores, amplificado por la prensa sensacionalista, ha convertido el debate público sobre la bioética en un miasma de ignorancia científica. (...)

La realidad es que la investigación biomédica es un esfuerzo a lo Sísifo para lograr minúsculos incrementos en la salud de un cuerpo humano asombrosamente complejo y asaltado por la entropía. No es, y probablemente nunca será, un tren sin frenos. (...)

 

Lo peor de todo, es que la bioética teocon demuestra una cruda insensibilidad hacia los miles de millones de personas no geriátricas, nacidas y por nacer, cuyas vidas o salud podrían ser salvadas por avances biomédicos. Aunque el progreso se atrasara  durante una sola década por moratorias, burocracia, y tabúes de financiamiento (por no mencionar la amenaza de persecución  criminal), millones de personas con enfermedades degenerativas y órganos defectuosos sufrirían innecesariamente y morirían. Y esa sería la mayor afrenta de todas a la dignidad humana. >>

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